martes, 25 de diciembre de 2012

De una mala hija a un peor padre


Muchas noches esperé tu llamada; hasta perdí la cuenta. Un sinfín de veces anhelé el amparo de tus brazos, el respaldo de tu cuerpo, la calidez en tu voz. Bajo el peso de mi sufrimiento, tantas veces he añorado tu consuelo, que al final me acostumbré. Tú reprochas mi desprecio, mis vacíos y mi silencio, mas no reflexionas sobre qué hizo que actuara así. Quizá olvidaste el desapego y la falta de ternura que brindaste a mi niñez. Puede que no recuerdes cuántas cosas te perdiste en mi crecer. No es que sea superficial y malcriada, pues no me refiero a festejos, sino al cambio de mi voz, el desarrollo de mi cuerpo, los cambios en mi forma de ver la vida, de valorar lo correcto, y, en definitiva, la madurez que he ido adquiriendo. Son muchos los momentos importantes que te perdiste; sin embargo, lo justificas todo con más reproches, con más excusas absurdas, parches que jamás podrán tapar el vacío que tú mismo has ido abriendo. Por todo esto, papá, no pidas ahora que lo olvidemos, que recuperemos lo perdido, y no creas que con unas pocas palabras, fruto del calor del momento, vas a cambiar lo que siento, pues cuando se quiere, se demuestra con hechos.

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