viernes, 22 de enero de 2010

Un zorrito demasiado impaciente

Había una vez un pequeño zorrito, que vivía en la cueva de una alta montaña, con su madre y sus 3 hermanos. Su vida era muy fácil, pues sólo tenía que preocuparse de alimentarse con la leche que su mamá le daba, y jugar con sus hermanos, siempre queriendo divertirse. Como era muy pequeñito, no sentía curiosidad por saber qué había más allá de su casa. Pero este zorrito seguía creciendo y creciendo, y con el paso del tiempo empezó a querer descubrir el mundo. Un día pidió permiso a su madre para poder ir a curiosear a los alrededores, pero ella le dijo que no. Así ocurría una y otra vez, hasta que una tarde en la que se sentía muy aburrido, decidió que cuando su madre fuera a buscar comida, se iría él por su cuenta para ver qué había más allá de su guarida. Aquella tarde mamá zorra, como de costumbre, les advirtió sobre todos y cada unos de los peligros que podían encontrar si salían fuera, y después de darles un beso a cada uno, salió a cazar. Cuando nuestro travieso zorrito decidió que su mamá estaría lo suficientemente lejos para no descubrirle, se fue aprovechando que sus hermanos jugaban a pelearse.
Nada más salir, se encontró con que había una gran distancia desde donde él estaba hasta donde se veía hierba fresca.
-Bueno, tampoco me importa ir hasta allí, si tengo tiempo suficiente antes de que anochezca del todo- se dijo. Empezó a caminar, y tal como su madre le dijo, empezó a sentir que sus pequeñas y desacostumbradas patitas se hundían en la tierra mojada por la humedad.
-No es para tanto, en esto del fango, mamá exageró-. Pensó.
Continuó bajando por la montaña, y al pasar por encima de unas rocas, una de ellas se movió dejándole caer como medio metro hacia el suelo.
-Mamá dijo que esto pasaba a menudo. Tendré más cuidado-. Se recordó.
Continuando su camino, sintió que algo lo seguía desde el cielo.
-¡¡Aaaaah!! ¡Que me coge, que me coge!! ¡Tengo que encontrar alguna grieta entre las rocas donde esconderme o me alcanzará!- Recordó esta advertencia sobre las aves de las altas montañas que le hizo su madre-.
Mucho más cauteloso, siguió su marcha. Cada ruido le daba un pequeño escalofrío. Unos minutos después, se encontró un pequeño arroyo, donde había unos arbustos frondosos y hierba fresca y cómoda. Sediento y cansado, quiso acercarse al agua para beber un poco, y luego tumbarse a descansar antes de volver a su cueva, pues ya empezaba a esconderse el sol. Cuando ya estaba a pocos pasos, algo le cayó encima, impidiéndole caminar para ningún lado.
-¡Oh no, una trampa! ¡Mamá nos advirtió de esto... Es el mayor peligro de todos! si le hubiera hecho caso, si no hubiera sido tan travieso... Ahora tendría una cama calentita donde dormir, y comida para saciar el hambre. ¡¡Qué voy a hacer ahora!!-. Se lamentó.
Comenzó a lloriquear, y a recordar cuánto su madre le había ayudado desde que nació. Cuánto aprendió de ella, cuánto cariño le había dado y cuántos sacrificios había tenido que hacer para ponerles fáciles la vida a él y a sus hermanos.
En ese momento, su madre, que estaba intentando atrapar una liebre muy escurridiza, oyó un sollozo lejano, que parecía pedir ayuda. Decidió dejar escapar su presa, y socorrer a quien quiera que fuera esa criatura. Cuando al llegar, se dio cuenta de que era su hijo, sintió un gran pánico, pero la decepción la desbordaba por dentro.
Su pequeño, al verla, empezó a pedirle perdón sin parar, y que le ayudara a escapar de aquella trampa en la que había caído. Su madre, sin pensárselo dos veces, comenzó a morder las fibras de aquella red, que por suerte no eran demasiado gruesas. Cuando consiguió cortar los suficientes hilos, su hijo salió corriendo, y se lanzó al calor de su madre. Ésta le abrazó, le besó, y le regañó mucho. Nuestro aventurero zorrito le pidió perdón por ser tan impaciente, y le prometió que nunca jamás volvería a desobedecer las normas de su madre, y que aprendería a ser un gran zorrito, como ella.
Desde aquel día, el zorrito entendió que su madre era el tesoro más valioso que tenía, y que cada cosa que hacía la hacía por él, para que pudiera ser un gran cazador, valiente y concienzudo, tal y como lo era ella.

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