Cuando mis padres llegaron a casa, les aguardaba una gran sorpresa: toda la familia les había preparado una fiesta para celebrar sus 50 años de casados. Estaba la tía María, el tío Juan y hasta la prima Irene, siempre dispuesta a declinar cualquier oferta de reunión familiar.
Habíamos pasado las últimas semanas preparando el evento, y estábamos agotados, pero había merecido la pena: cada rincón de la casa estaba adornado con fotos junto a nuestros seres queridos. La cocina era espectacular: entrantes variados, unos platos deliciosos, vino, refrescos y champán por doquier, y una mesa dispuesta para 40 comensales exquisitamente montada.
Después de la cena, les mostramos nuestra última sorpresa: era un vídeo montaje en el que habíamos incluido fotos de la pareja desde jóvenes y fuimos metiendo distintos momentos de su vida en común, momentos de gran felicidad para ambos.
Mis padres se quedaron mudos por la excitación. Fue una noche muy animada, en la que no faltaron anécdotas, risas y un sinfín de momentos entrañables e inolvidables.
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