Hay amores que nunca se olvidan, ya sea por la frustración de no haberlos llevado a la realidad, bien porque son tan fuertes que logran superar las barreras que el tiempo les impone.
Lo que sí es cierto, es que aquellos amores que persisten, ya son imposibles de olvidar. Sí, se superan, de eso estoy totalmente convencida, pero sin embargo siempre habrá uno de esos días en los que necesitamos recuerdos, y esos recuerdos nos traerán consigo una gran marea de sensaciones que creíamos ya enterradas, y que de pillarnos desprevenidos nos aturdirán los sentidos, llevándonos hacia un letargo del que sin duda nos costará bastante salir.
No nos impiden rehacer nuestra vida amorosa, pero sin embargo en ciertas ocasiones la obstaculiza porque, ¿quién no echa en falta la sonrisa picarona de aquel chico que tanto la ilusionó durante X tiempo? O ¿quién no ha comparado el comentario “tal” del chico con el que intentamos entablar algo más que una amistad con el comentario “cual” que hizo aquel otro por el que tanto suspiramos en épocas pasadas?
Eso es algo que ocurrió, ocurre y ocurrirá siempre. Lo importante es que siempre tengamos en cuenta nuestros sentimientos, y sepamos pasar página de lo anterior a lo presente, porque sólo así seremos capaces de disfrutar al 100% de la vida que se nos brinda.
sábado, 30 de enero de 2010
jueves, 28 de enero de 2010
La maternidad
La maternidad, una semilla que crece muy lentamente en el interior de una madre poco preparada para lo que continúa:
Fruto de un eterno abrazo que unirá a la pareja para el resto de sus vidas.
Árbol tierno que mima y cuida su pequeño brote con sumo celo, dedicándole horas, días, semanas y meses completos.
Seno que aguarda la llegada del nuevo fruto, para estrecharlo entre sus brazos con infinita ternura.
Lecho que calma al recién nacido tallo, que lucha por seguir adelante.
Bastón que apoya al arbusto que va haciéndose un camino entre el frondoso bosque.
Templo que apacigua al creciente arbolillo en su búsqueda del sentido de la vida.
Oráculo que aclara al joven árbol lleno de vida.
Guía que acompaña siempre al árbol crecido.
Fruto de un eterno abrazo que unirá a la pareja para el resto de sus vidas.
Árbol tierno que mima y cuida su pequeño brote con sumo celo, dedicándole horas, días, semanas y meses completos.
Seno que aguarda la llegada del nuevo fruto, para estrecharlo entre sus brazos con infinita ternura.
Lecho que calma al recién nacido tallo, que lucha por seguir adelante.
Bastón que apoya al arbusto que va haciéndose un camino entre el frondoso bosque.
Templo que apacigua al creciente arbolillo en su búsqueda del sentido de la vida.
Oráculo que aclara al joven árbol lleno de vida.
Guía que acompaña siempre al árbol crecido.
miércoles, 27 de enero de 2010
Gran paso
A veces estás ahí, otras desapareces sin más. ¿Dónde estás, dulce y amarga adolescencia?
Hay días en los que despierto, y me siento como una niña dando sus primeros pasos.
Nervios, ternura, dudas, curiosidad, alegría, tesón...
Siento que me podría comer el mundo en sólo dos bocados.
Sin embargo, otros días me levanto sintiéndome como una anciana cansada ya de la vida.
Fatiga, amargura, tristeza, añoranza, desgana, desazón...
Me gustaría volver a cerrar los ojos, y dejar que pase el tiempo para no tener que enfrentarme a otro dia más.
Los problemas se hacen gigantes y eternos esos fatídicos días. Nada parece salir bien, y veo que el mundo entero se desmorona, dejándome a mí sin respiración.
Supongo que es eso el crecer; el darse cuenta de lo que es la vida. El madurar y aprender a afrontar las dificultades que van surgiendo en el sendero que tenemos que recorrer cada uno pero, a veces parece tan complicado, que me encantaría poder cerrar los ojos, y al volver a abrirlos ser una chiquilla de 6 años, que tiene tanto que aprender, tanto que disfrutar...
Hay días en los que despierto, y me siento como una niña dando sus primeros pasos.
Nervios, ternura, dudas, curiosidad, alegría, tesón...
Siento que me podría comer el mundo en sólo dos bocados.
Sin embargo, otros días me levanto sintiéndome como una anciana cansada ya de la vida.
Fatiga, amargura, tristeza, añoranza, desgana, desazón...
Me gustaría volver a cerrar los ojos, y dejar que pase el tiempo para no tener que enfrentarme a otro dia más.
Los problemas se hacen gigantes y eternos esos fatídicos días. Nada parece salir bien, y veo que el mundo entero se desmorona, dejándome a mí sin respiración.
Supongo que es eso el crecer; el darse cuenta de lo que es la vida. El madurar y aprender a afrontar las dificultades que van surgiendo en el sendero que tenemos que recorrer cada uno pero, a veces parece tan complicado, que me encantaría poder cerrar los ojos, y al volver a abrirlos ser una chiquilla de 6 años, que tiene tanto que aprender, tanto que disfrutar...
lunes, 25 de enero de 2010
Lo que llamamos ciencia
Una mañana desperté, y me sentí con ganas de explorar el mundo. Decidí que eso haría; observarlo todo.
Me elevé lentamente hasta las nubes, acompañé a una solitaria gaviota, me dejé llevar por algunas corrientes de aire, y por fin decidí echar un vistazo:
-Los ríos se veían verdes desde ahí arriba; finas hileras en medio de una masa grisácea, que ocupaba todo lo que mis ojos alcanzaban a ver.
-Los océanos, meros charcos de un azul turbio, en el que apenas podía percibirse algún tipo de vida.
-Los bosques, grandes espacios casi desérticos, con minúsculos charcos de agua fangosa, alrededor de la cual podían apreciarse algunos animalillos tratando de sobrevivir en un ecosistema inerte.
-Visité los cultivos de los campesinos; hierbajos estériles arraigados a una tierra desnutrida.
-Las poblaciones, conjuntos de pavimentos castigados por la violencia del sol en verano, y el castigo de los vientos en invierno.
-Ampliando aún más mi vista, observé lugares de ensueño como el caribe: pequeñas islas llenas de agujeros, frutos de diversas explotaciones por el hombre.
Mi mundo, mi querido mundo destruído por lo que llamamos ciencia...
Fué una suerte que aquel día fuera sólo una horrible pesadilla, aunque no sé hasta qué punto es ficción todo lo que pude ver en aquel viaje en sueños...
Me elevé lentamente hasta las nubes, acompañé a una solitaria gaviota, me dejé llevar por algunas corrientes de aire, y por fin decidí echar un vistazo:
-Los ríos se veían verdes desde ahí arriba; finas hileras en medio de una masa grisácea, que ocupaba todo lo que mis ojos alcanzaban a ver.
-Los océanos, meros charcos de un azul turbio, en el que apenas podía percibirse algún tipo de vida.
-Los bosques, grandes espacios casi desérticos, con minúsculos charcos de agua fangosa, alrededor de la cual podían apreciarse algunos animalillos tratando de sobrevivir en un ecosistema inerte.
-Visité los cultivos de los campesinos; hierbajos estériles arraigados a una tierra desnutrida.
-Las poblaciones, conjuntos de pavimentos castigados por la violencia del sol en verano, y el castigo de los vientos en invierno.
-Ampliando aún más mi vista, observé lugares de ensueño como el caribe: pequeñas islas llenas de agujeros, frutos de diversas explotaciones por el hombre.
Mi mundo, mi querido mundo destruído por lo que llamamos ciencia...
Fué una suerte que aquel día fuera sólo una horrible pesadilla, aunque no sé hasta qué punto es ficción todo lo que pude ver en aquel viaje en sueños...
domingo, 24 de enero de 2010
La luna
Cada anochecer te enciendes,
como llama que debora todo,
apoyando al desatendido,
escuchando al que se lamente.
Yo desde aquí te escribo,
pidiéndote frente a frente,
que alumbres mi camino,
para que siempre lo encuentre.
Haces soñar al risueño,
haces llorar al dolido,
haces feliz al enfermo,
haces de guía al perdido.
En conclusión meditada,
diría que eres amiga,
de todos cuantos te hablan,
de todos cuantos te miran.
como llama que debora todo,
apoyando al desatendido,
escuchando al que se lamente.
Yo desde aquí te escribo,
pidiéndote frente a frente,
que alumbres mi camino,
para que siempre lo encuentre.
Haces soñar al risueño,
haces llorar al dolido,
haces feliz al enfermo,
haces de guía al perdido.
En conclusión meditada,
diría que eres amiga,
de todos cuantos te hablan,
de todos cuantos te miran.
viernes, 22 de enero de 2010
Un zorrito demasiado impaciente
Había una vez un pequeño zorrito, que vivía en la cueva de una alta montaña, con su madre y sus 3 hermanos. Su vida era muy fácil, pues sólo tenía que preocuparse de alimentarse con la leche que su mamá le daba, y jugar con sus hermanos, siempre queriendo divertirse. Como era muy pequeñito, no sentía curiosidad por saber qué había más allá de su casa. Pero este zorrito seguía creciendo y creciendo, y con el paso del tiempo empezó a querer descubrir el mundo. Un día pidió permiso a su madre para poder ir a curiosear a los alrededores, pero ella le dijo que no. Así ocurría una y otra vez, hasta que una tarde en la que se sentía muy aburrido, decidió que cuando su madre fuera a buscar comida, se iría él por su cuenta para ver qué había más allá de su guarida. Aquella tarde mamá zorra, como de costumbre, les advirtió sobre todos y cada unos de los peligros que podían encontrar si salían fuera, y después de darles un beso a cada uno, salió a cazar. Cuando nuestro travieso zorrito decidió que su mamá estaría lo suficientemente lejos para no descubrirle, se fue aprovechando que sus hermanos jugaban a pelearse.
Nada más salir, se encontró con que había una gran distancia desde donde él estaba hasta donde se veía hierba fresca.
-Bueno, tampoco me importa ir hasta allí, si tengo tiempo suficiente antes de que anochezca del todo- se dijo. Empezó a caminar, y tal como su madre le dijo, empezó a sentir que sus pequeñas y desacostumbradas patitas se hundían en la tierra mojada por la humedad.
-No es para tanto, en esto del fango, mamá exageró-. Pensó.
Continuó bajando por la montaña, y al pasar por encima de unas rocas, una de ellas se movió dejándole caer como medio metro hacia el suelo.
-Mamá dijo que esto pasaba a menudo. Tendré más cuidado-. Se recordó.
Continuando su camino, sintió que algo lo seguía desde el cielo.
-¡¡Aaaaah!! ¡Que me coge, que me coge!! ¡Tengo que encontrar alguna grieta entre las rocas donde esconderme o me alcanzará!- Recordó esta advertencia sobre las aves de las altas montañas que le hizo su madre-.
Mucho más cauteloso, siguió su marcha. Cada ruido le daba un pequeño escalofrío. Unos minutos después, se encontró un pequeño arroyo, donde había unos arbustos frondosos y hierba fresca y cómoda. Sediento y cansado, quiso acercarse al agua para beber un poco, y luego tumbarse a descansar antes de volver a su cueva, pues ya empezaba a esconderse el sol. Cuando ya estaba a pocos pasos, algo le cayó encima, impidiéndole caminar para ningún lado.
-¡Oh no, una trampa! ¡Mamá nos advirtió de esto... Es el mayor peligro de todos! si le hubiera hecho caso, si no hubiera sido tan travieso... Ahora tendría una cama calentita donde dormir, y comida para saciar el hambre. ¡¡Qué voy a hacer ahora!!-. Se lamentó.
Comenzó a lloriquear, y a recordar cuánto su madre le había ayudado desde que nació. Cuánto aprendió de ella, cuánto cariño le había dado y cuántos sacrificios había tenido que hacer para ponerles fáciles la vida a él y a sus hermanos.
En ese momento, su madre, que estaba intentando atrapar una liebre muy escurridiza, oyó un sollozo lejano, que parecía pedir ayuda. Decidió dejar escapar su presa, y socorrer a quien quiera que fuera esa criatura. Cuando al llegar, se dio cuenta de que era su hijo, sintió un gran pánico, pero la decepción la desbordaba por dentro.
Su pequeño, al verla, empezó a pedirle perdón sin parar, y que le ayudara a escapar de aquella trampa en la que había caído. Su madre, sin pensárselo dos veces, comenzó a morder las fibras de aquella red, que por suerte no eran demasiado gruesas. Cuando consiguió cortar los suficientes hilos, su hijo salió corriendo, y se lanzó al calor de su madre. Ésta le abrazó, le besó, y le regañó mucho. Nuestro aventurero zorrito le pidió perdón por ser tan impaciente, y le prometió que nunca jamás volvería a desobedecer las normas de su madre, y que aprendería a ser un gran zorrito, como ella.
Desde aquel día, el zorrito entendió que su madre era el tesoro más valioso que tenía, y que cada cosa que hacía la hacía por él, para que pudiera ser un gran cazador, valiente y concienzudo, tal y como lo era ella.
Nada más salir, se encontró con que había una gran distancia desde donde él estaba hasta donde se veía hierba fresca.
-Bueno, tampoco me importa ir hasta allí, si tengo tiempo suficiente antes de que anochezca del todo- se dijo. Empezó a caminar, y tal como su madre le dijo, empezó a sentir que sus pequeñas y desacostumbradas patitas se hundían en la tierra mojada por la humedad.
-No es para tanto, en esto del fango, mamá exageró-. Pensó.
Continuó bajando por la montaña, y al pasar por encima de unas rocas, una de ellas se movió dejándole caer como medio metro hacia el suelo.
-Mamá dijo que esto pasaba a menudo. Tendré más cuidado-. Se recordó.
Continuando su camino, sintió que algo lo seguía desde el cielo.
-¡¡Aaaaah!! ¡Que me coge, que me coge!! ¡Tengo que encontrar alguna grieta entre las rocas donde esconderme o me alcanzará!- Recordó esta advertencia sobre las aves de las altas montañas que le hizo su madre-.
Mucho más cauteloso, siguió su marcha. Cada ruido le daba un pequeño escalofrío. Unos minutos después, se encontró un pequeño arroyo, donde había unos arbustos frondosos y hierba fresca y cómoda. Sediento y cansado, quiso acercarse al agua para beber un poco, y luego tumbarse a descansar antes de volver a su cueva, pues ya empezaba a esconderse el sol. Cuando ya estaba a pocos pasos, algo le cayó encima, impidiéndole caminar para ningún lado.
-¡Oh no, una trampa! ¡Mamá nos advirtió de esto... Es el mayor peligro de todos! si le hubiera hecho caso, si no hubiera sido tan travieso... Ahora tendría una cama calentita donde dormir, y comida para saciar el hambre. ¡¡Qué voy a hacer ahora!!-. Se lamentó.
Comenzó a lloriquear, y a recordar cuánto su madre le había ayudado desde que nació. Cuánto aprendió de ella, cuánto cariño le había dado y cuántos sacrificios había tenido que hacer para ponerles fáciles la vida a él y a sus hermanos.
En ese momento, su madre, que estaba intentando atrapar una liebre muy escurridiza, oyó un sollozo lejano, que parecía pedir ayuda. Decidió dejar escapar su presa, y socorrer a quien quiera que fuera esa criatura. Cuando al llegar, se dio cuenta de que era su hijo, sintió un gran pánico, pero la decepción la desbordaba por dentro.
Su pequeño, al verla, empezó a pedirle perdón sin parar, y que le ayudara a escapar de aquella trampa en la que había caído. Su madre, sin pensárselo dos veces, comenzó a morder las fibras de aquella red, que por suerte no eran demasiado gruesas. Cuando consiguió cortar los suficientes hilos, su hijo salió corriendo, y se lanzó al calor de su madre. Ésta le abrazó, le besó, y le regañó mucho. Nuestro aventurero zorrito le pidió perdón por ser tan impaciente, y le prometió que nunca jamás volvería a desobedecer las normas de su madre, y que aprendería a ser un gran zorrito, como ella.
Desde aquel día, el zorrito entendió que su madre era el tesoro más valioso que tenía, y que cada cosa que hacía la hacía por él, para que pudiera ser un gran cazador, valiente y concienzudo, tal y como lo era ella.
jueves, 21 de enero de 2010
Una tarde cualquiera
Aquella tarde me senté en el banco de la plaza central del pueblo. Lucía un sol esplendoroso. los chiquillos correteaban por mi alrededor bromeando y jugando, tan infantiles, aún con la inocencia intacta. Me recordaron a aquellos tiempos en los que yo también fuí una de esas pequeñajas que jugaban al escondite, temerosa por que la encontraran.
También se podían ver allí algunas jóvenes parejas, tan risueñas y ofreciéndose tanta ternura, tanto amor, tanta pasión... Dulce adolescencia, pensé.
Un señor estaba sentado frente a mí, al otro extremo de la plazuela, enfrascado en alguna novela que sin duda debía ser interesante, pues no levantó cabeza hasta que el sol se ocultó dejando paso a una preciosa noche, cuyo manto, cubierto de estrellas, parecía prometer a cada cual lo que quiera que estuviera deseando. Entre tanto, yo dediqué la tarde a reflexionar sobre lo relativo del tiempo.
Para un niño, la vida es infinita. Todo parece cumplirse, porque con tanto tiempo, cualquiera podrá hacer de todo.
Para un adolescente, la vida pasa lentamente; nunca pasa suficiente tiempo para ellos, pues nunca ven el momento de poder cumplir sus ambiciones.
Un jóven adulto comienza a darse cuenta, de que el tiempo no es tan inagotable como parecía al principio, e intenta empezar a mirar por el gran sueño que le dará la tan ansiada felicidad.
Una persona de edad madura, comprende que si sus sueños no se cumplieron, ya a esas alturas será demasiado tarde, y tiene que conformarse con lo que le ha tocado, renunciando a su completa felicidad.
Por el contrario, una persona anciana, con toda su sabiduría, comprende que la vida, con sus más y sus menos, es el mayor regalo que una persona pueda recibir, y que de una manera u otra, todos los que trabajan diariamente por y para su felicidad, acaban teniendo lo que de verdad querían: Un sinfín de pequeñas gratitudes que le han echo vivir una vida plena.
También se podían ver allí algunas jóvenes parejas, tan risueñas y ofreciéndose tanta ternura, tanto amor, tanta pasión... Dulce adolescencia, pensé.
Un señor estaba sentado frente a mí, al otro extremo de la plazuela, enfrascado en alguna novela que sin duda debía ser interesante, pues no levantó cabeza hasta que el sol se ocultó dejando paso a una preciosa noche, cuyo manto, cubierto de estrellas, parecía prometer a cada cual lo que quiera que estuviera deseando. Entre tanto, yo dediqué la tarde a reflexionar sobre lo relativo del tiempo.
Para un niño, la vida es infinita. Todo parece cumplirse, porque con tanto tiempo, cualquiera podrá hacer de todo.
Para un adolescente, la vida pasa lentamente; nunca pasa suficiente tiempo para ellos, pues nunca ven el momento de poder cumplir sus ambiciones.
Un jóven adulto comienza a darse cuenta, de que el tiempo no es tan inagotable como parecía al principio, e intenta empezar a mirar por el gran sueño que le dará la tan ansiada felicidad.
Una persona de edad madura, comprende que si sus sueños no se cumplieron, ya a esas alturas será demasiado tarde, y tiene que conformarse con lo que le ha tocado, renunciando a su completa felicidad.
Por el contrario, una persona anciana, con toda su sabiduría, comprende que la vida, con sus más y sus menos, es el mayor regalo que una persona pueda recibir, y que de una manera u otra, todos los que trabajan diariamente por y para su felicidad, acaban teniendo lo que de verdad querían: Un sinfín de pequeñas gratitudes que le han echo vivir una vida plena.
miércoles, 20 de enero de 2010
Complicado
Ya me estoy haciendo adulta,
ya estoy madurando,
pues cada problema que tengo,
se convierte en un gran peldaño.
A mi vida llega penumbra,
que le cubre la existencia,
y lentamente a mis días,
se les agota la paciencia.
De repente todo me importa,
todo lo quiero aguantar,
pero siempre acabo en fracaso,
pues no lo puedo afrontar.
Cada momento, algún conflicto,
cada segundo que pasa me pierdo,
mis horas las paso pensando,
mi tiempo lo paso escribiendo.
ya estoy madurando,
pues cada problema que tengo,
se convierte en un gran peldaño.
A mi vida llega penumbra,
que le cubre la existencia,
y lentamente a mis días,
se les agota la paciencia.
De repente todo me importa,
todo lo quiero aguantar,
pero siempre acabo en fracaso,
pues no lo puedo afrontar.
Cada momento, algún conflicto,
cada segundo que pasa me pierdo,
mis horas las paso pensando,
mi tiempo lo paso escribiendo.
martes, 19 de enero de 2010
Canción de un alma cansada...
Su vida va pasando por paradas y ella ve, que cada madrugada va calando en su ser, que poco a poco entrega, en cada amanecer, toda su inocencia, la miel del ayer.
Cuando era pequeñita la adoraban sin saber, que de mayor sería, la diosa del placer, ella obtiene todo lo que quiere la mujer, pues es amada, lista y bonita a la vez.
Pero hay algo que atormenta, el fondo de su alma, que poco a poco la absorbe, y le roba ya la calma. Todo el mundo especula, sobre cuál será la causa. Si será por mal de amores, salud o añoranza.
Sus días se convierten, sin saber por qué, en una gran rutina, escasa de placer, ella tan sólo quiere, volver a renacer, y revivir momentos, cambiarlos tal vez.
Al llegar la noche, se inunda del deber, de recordar sus sueños, todo su poder, le invaden los recuerdos enterrados en la piel, que descansan inmersos en ternura y dejadez.
Pero hay algo que atormenta, el fondo de su alma, que poco a poco la absorbe, y le roba ya la calma. Todo el mundo especula, sobre cuál será la causa. Si será por mal de amores, salud o añoranza.
Cuando era pequeñita la adoraban sin saber, que de mayor sería, la diosa del placer, ella obtiene todo lo que quiere la mujer, pues es amada, lista y bonita a la vez.
Pero hay algo que atormenta, el fondo de su alma, que poco a poco la absorbe, y le roba ya la calma. Todo el mundo especula, sobre cuál será la causa. Si será por mal de amores, salud o añoranza.
Sus días se convierten, sin saber por qué, en una gran rutina, escasa de placer, ella tan sólo quiere, volver a renacer, y revivir momentos, cambiarlos tal vez.
Al llegar la noche, se inunda del deber, de recordar sus sueños, todo su poder, le invaden los recuerdos enterrados en la piel, que descansan inmersos en ternura y dejadez.
Pero hay algo que atormenta, el fondo de su alma, que poco a poco la absorbe, y le roba ya la calma. Todo el mundo especula, sobre cuál será la causa. Si será por mal de amores, salud o añoranza.
lunes, 18 de enero de 2010
Recuerdos
Sin nisiqiera saber por qué, mis recuerdos afloraron aquella tarde desde lo más profundo de mi ser, obligándome a retroceder en el tiempo, a volver a sentir todo aquello que creía olvidado.
Por alguna razón que no alcanzo a comprender, como si de una película se tratara, en mi mente se empezaron a reproducir aquellos furtivos encuentros en los que tanto nos dábamos el uno al otro.
¿Acaso entregamos ahí toda la pasión de juventud?
Me niego a pensar que toda nuestra vitalidad, nuestro tesón y nuestra locura se consumiera como una vela falta de oxígeno; no, no, no.
Dime que me deseas, que estás dispuesto a dejarlo todo, y entonces creeré que lo nuestro sube más allá de las nubes, traspasa toda barrera y llega hasta la luna.
Sólo así comprenderé que me amas.
Por alguna razón que no alcanzo a comprender, como si de una película se tratara, en mi mente se empezaron a reproducir aquellos furtivos encuentros en los que tanto nos dábamos el uno al otro.
¿Acaso entregamos ahí toda la pasión de juventud?
Me niego a pensar que toda nuestra vitalidad, nuestro tesón y nuestra locura se consumiera como una vela falta de oxígeno; no, no, no.
Dime que me deseas, que estás dispuesto a dejarlo todo, y entonces creeré que lo nuestro sube más allá de las nubes, traspasa toda barrera y llega hasta la luna.
Sólo así comprenderé que me amas.
domingo, 17 de enero de 2010
Tan sólo amor
Amor risueño,
que ingenuo paseas por mis pensamientos.
Amor sediento,
que ajeno a todo hurgas entre mis recuerdos.
Amor osado,
que sin preguntar invades mi corazón helado.
Amor constante,
que haces añicos mi dolor delirante.
Amor, tan sólo amor...
Amor lujurioso, amor prohibido,
amor caprichoso, amor reprimido.
Amor sumiso, amor ahogado,
amor hiriente, amor robado.
Tantos tipos de amor,
tan distintos y tan iguales.
Tan lejanos y tan letales,
pero igualmente inolvidables.
que ingenuo paseas por mis pensamientos.
Amor sediento,
que ajeno a todo hurgas entre mis recuerdos.
Amor osado,
que sin preguntar invades mi corazón helado.
Amor constante,
que haces añicos mi dolor delirante.
Amor, tan sólo amor...
Amor lujurioso, amor prohibido,
amor caprichoso, amor reprimido.
Amor sumiso, amor ahogado,
amor hiriente, amor robado.
Tantos tipos de amor,
tan distintos y tan iguales.
Tan lejanos y tan letales,
pero igualmente inolvidables.
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